lunes, 4 de noviembre de 2013

Venecia, La Ciudad de los Canales


Sobreviviendo al vaivén de las aguas, ahí sigue Venecia (Italia). La ciudad de los canales, que Canaletto supo retratar con precisión de cirujano. Lugar anclado en el tiempo, como un museo al aire libre, donde el único contraste posible lo ponen los turistas, deambulando embelesados, de un lado a otro, entre palacios góticos y renacentistas.


La apabullante riqueza de Venecia arranca en su historia. Durante la Edad Media, en especial en el siglo XV, Venecia marcó a su antojo los designios del comercio mediterráneo, como un puente entre Oriente y Europa. La ruta de la seda y las especias engrandaron sus arcas, mucho más atentas al valor de la moneda que a las disensiones religiosas con judíos y musulmanes. De ahí la influencia bizantina que se aprecia en su arquitectura, como se ve en los mosaicos de la Basílica de San Marcos.


Y, cerca de la plaza de San Marcos, otra demostración más de poderío: el Palacio Ducal, donde se alojaba el Dogo de la ciudad, entre salas cubiertas de pan de oro acostumbradas a callar intrigas palaciegas, nada raro en la ciudad de las máscaras. Los tétricos calabozos de la ciudad y el célebre Puente de los Suspiros, donde se dice que los reos suspiraban al ver el Adriático por última vez, antes de perder la libertad.


Hasta perderse resultará estimulante: a través de sinuosas callejuelas que conducen a puentes empedrados, iglesias renacentistas, trattorias de sugerente aroma o a desconcertantes paredones que obligan a reandar el camino.


Pero para tomarle el pulso a la ciudad, habrá que ir a su arteria principal, el Gran Canal, donde tomar un vaporetto, desde donde admirar los palacios que vigilan cada orilla, como el Ca d’oro, o el mismísimo Puente Rialto. Luego sentarse en alguno de los elegantes cafés de la plaza de San Marcos, a disfrutar de la música de las orquestas. Y para acabar, un agradable paseo en góndola, sorteando los flashes compulsivos de los muchos turistas que se asoman a la orilla.


No importa, pocas ciudades están por encima de sus tópicos. Y Venecia es una de ellas. Como sucedía en 'Muerte en Venecia' de Visconti, bastará con contemplar un atardecer en la isla del Lido, o la entrada de un palazzo desconchado, para sentirse parte de un mundo sutil y bellísimo que ya dejó de existir. Pero que nunca perderá la decadente elegancia que se refleja en sus aguas.


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